Carmen Sevilla fue prostituta (en la película ‘Nadie oyó gritar’)

Hace un tiempo hablamos por aquí de ‘El techo de cristal’, una película de suspense protagonizada por la diosa del Telecupón Carmen Sevilla. Y hoy queremos revisitar otro filme de Carmen García Galisteo, nombre real de la dueña de las ovejitas más televisivas, ‘Nadie oyó gritar’.  Yo me la he visto con DVD tomando notitas en una libreta y te la voy a contar entera, así que si tienes previsto verla no sigas leyendo, amiga sufridora.

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Parece un drama acuático, pero no

‘Nadio oyó gritar’ es una película de inicio de los años setenta dirigida por Eloy de la Iglesia en la que Carmen Sevilla hace de mujer de vida alegre. No sabemos exactamente si es una prostituta de lujo, una amante profesional de hombres adinerados o ambas cosas a la vez, pero la mujer viaja a Londres vestida de azafata del ‘Un, dos, tres’ para tirarse a un madurito y de paso gastarse una pasta en tiendas de moda, o apaña con un colega a quién debe echarle el lazo y a quién debe dejar de trajinarse. Una delicia ver a Carmen hablando british, por cierto.

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Han sido 8 preguntas acertadas a 25 pesetas cada una

Un día, Elisa, el nombre de su personaje, tiene que irse a Londres a fornicar, pero se agobia y le dice al viejo “mira, que descambio los billetes y que ya te tocas tú solo el pirindolo que yo no voy más”. Y de vuelta a su casa conoce a su vecino nuevo puerta con puerta, Miguel (Vicente Parra), quien parece estar arreglando el ascensor, que por lo visto se atasca. También conoce a su esposa Nuria, interpretada por María Asquerino (la señá Engracia de ‘La Tonta del Bote’) una tía un poquito borde y mala pipa. Porque resulta que el bloque es de nueva construcción, y con los precios de la vivienda todavía hay pocos vecinos, lo que hace la película como muy contemporánea. Pero de momento no tienen okupas ni nada, lo cual es una tranquilidad.

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«¡Hola, Raffaella!»

Total, que la pobre Elisa tiene la mala suerte que poco después se encuentra al tal Miguel arrojando un cadáver por el hueco del ascensor, y como es lógico ella se asusta y se encierra en casa: ese tío es un colgao. Él comienza a acosarla llamando a la puerta, por teléfono, por morse si hace falta, y hasta acaba entrando en su casa por la ventana. Pero todo es para calmarla, en plan: “mira, yo no te voy a matar, pero tú no te chivas y de paso me ayudas a deshacerme del cadáver de mi mujer, que era muy mala”. Él tiene tanto morro que hasta le quita las cortinas de la bañera, que era horrorosa y barroca, para envolver la muerta, ya que Elisa no está en condiciones de negarse a nada.

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La cortina es discreción pura para deshacerte de un muerto

Elisa, que parece más fácil que la tabla del uno, acaba accediendo al plan de su nuevo vecino, que le pone un poco cachonda en realidad; no se sabe si será por amenazarla a punta de pistola, por sus barbas o por qué. Pero desembarazarse de un cadáver es difícil: recoge los trozos, envuélvelos, llévalos al coche, que no te vea el portero coñazo, que no te pille la policía… Pero al final consiguen tirar el cuerpo a un lago con una lancha motora que tiene ella, que está forrada a golpe de pelvis; aunque entre tanto ella se vuelve locatis y casi intenta matar a su vecino atropellado acuáticamente, pero luego se arrepiente. Es muy humana.

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Carmen Sevilla metiéndole lengua a su «sobrino»

Por la zona del lago también conocemos a Tony (Tony Isbert), un personaje a medio camino entre amigo, amante y chulo de Elisa (que se presenta como su «sobrino»), y que siente un poco de tirria de el nuevo amiguito Miguel. Porque Tony se preocupa por Carmen Sevilla, y si tiene que regañar a la muchacha por no haber ido a Londres a acostarse con el viejo tal como habían acordado, pues la regaña y ya se deja regañada. Y si le tiene que pedir dinero, pues se deja pedido y ella se lo da en plan “bueno, venga, jo”.

Poco a poco Elisa se enamora de Miguel, le ayuda a curarse las heridas provocadas por ir a tirar el cadáver, y al final se acuestan y todo, y hasta comprende al pobre asesino. Su mujer era mala como la película de OT, muy controladora, y encima no le daba lo suyo, y claro, el pobre tenía que recurrir a amantes. Pero ni eso le parecía bien María Asquerino, que no se sabe si es más mala aquí o como la Señá Engracia que pegaba a Lina Morgan por tirar el puchero en ‘La tonta del bote’. Un curioso juego en el que al final el malo parece una víctima, y la acosada se muestra más bicho de lo que parecía. Lo que yo no sé es de qué iba a vivir esa pareja si ella deja de ser puta y él es un escritor que no vende ni un libro, pero eso no lo piensa uno cuando está enamorado.

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Quién puede amar a un asesino

Parece que la película se ha resuelto con happy ending: cuerpo desaparecido, polvos recién echados, un baño de espuma que dura media hora quizá para alargar el metraje, un prometedor romance entre una meretriz y un asesino que se preocupa con ella en plan “no tomes somníferos para dormir, mujer que son malos, no tanto como matar a tu esposa pero casi”. Pero en esto que todo da un giro inesperado cuando después del coito Miguel aparece muerto. Y quien lo ha matado es… Nuria, su mujer.

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Nuria era más mala que una película checa

Porque Nuria es más larga que Rocío Jurado comparándose con Concha Piquer, y lo que pasó el día de los hechos es que pilló a Miguel con otra y mató a la amante, y como castigo le dijo a su esposo que se deshiciese del cuerpo, que si no hay cuerpo no hay delito. Pero Miguel, que tenía más labia que un locutor de teletienda, se cameló a Elisa para que le ayudase a hacerlo y hasta la enamoró. Y a la Señá Engracia le pareció fatal todo, porque eso no es de querer a tu mujer ni nada, y por eso mató a su marido también. Pero ahí no queda la cosa: como sabe que Elisa es boba y ya se ha deshecho de un cuerpo le pide que ya puestos que la ayude también a quitar de en medio al marido muerto a golpe de candelabro. Ambas mujeres cierran una persiana, y unos rótulos nos dicen: “pero… nadie oyó gritar”. Claro, si el bloque estaba vacío. Un final abierto en el que no sabemos si ayudó a Nuria con el difunto, si acabaron haciendo la tijera espumosa con el otro allí con la cabeza abierta o qué carajo sucedió. Cada uno que piense lo que quiera.

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Ven que te curo las heridas, corazón

La película, en resumidas cuentas, es un filme irregular, más lento de ritmo que otras obras de Eloy de la Iglesia. Los créditos, con fotos de Carmen Sevilla y Vicente Parra, son una preciosidad, y también tiene su gracia el homoerotismo que transmitía Eloy mostrando a Vicente Parra o Tony Isbert luciendo pechamen o piernas si la ocasión lo permitía. Un metraje con sus zooms, sus frames congelados sin venir a cuento, y un flashback que nos ponen una y otra vez y que al final resulta ser una mentira, porque el asesinato que veíamos no era de Nuria sino de la guarrilla anónima. De todos modos, la esencia de Eloy está ahí: reflejar una sociedad imperfecta, con maridos adúlteros, mujeres que se prostituyen, con mentiras, con crimen.

La cinta es del 73, por lo que aún estábamos en plena dictadura, y por ello nunca se dice explícitamente que Carmen Sevilla es prostituta. Se deja entender entre viejos adinerados y chulos que le piden pasta, pero en ningún momento se habla claramente de ello; eran otros tiempos. Alejándose de sus películas folclóricas, Carmen respira mucho erotismo en varias escenas de la película, en la que está francamente bella, con un parecido a La Prohibida en la época del Señor Kubrik. Eso sí, su personaje es boba, boba, y más fácil de manipular que un periodista de OKDiario, pero no puede tenerlo todo en esta vida.

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Carmen Sevilla, erótica y sensual, como la canción de Davinia

Patética ternura da por su parte Vicente Parra, galán del cine español de los sesenta que cumplidos los cuarenta comenzó a vivir un declive profesional (esta película forma parte del inicio de ese fin, no por la película en sí sino por su edad). Hay que recordar que en la vida real Vicente era homosexual, aunque en el cine hiciera de mojabragas, y que lo pasó francamente mal por su condición. Angelito.

 Y de María Asquerino poco que contar: solo la vemos un poco al principio, y luego ya en la escena final, en la que hace su monólogo de lo malo que era su marido, en su típico tono de mujer borde inmisericorde.  Y del resto del reparto, poco qué comentar, porque son escasos los actores con protagonismo en la película, que se podría calificar de suspense intimista. Pese a todo, tiene su encanto, y solo por ver a Carmen Sevilla en pantalla merece la pena revisitarla.


Redactor freelance. Licenciado en Comunicación Audiovisual y Máster en Publicidad y Márketing.

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