El pressing catch fue, sin duda, uno de los emblemas de aquel primigenio Telecinco de los años noventa, con Héctor del Mar y José Luis Ibáñez comentando los combates de luchadores a los que ellos rebautizaban un poco como les daba la gana. Entre otros, estaban El Enterrador, Hulk Hogan, el matador Tito Santana o Él Último Guerrero, un atleta que vuelve a estar de actualidad gracias al libro ‘El Último Guerrero. Una vida para la eternidad’, de Panini Books, que llegó a las tiendas hace escasos meses.
Este libro, escrito por Jon Robinson, repasa la trayectoria exclusivamente profesional de James Brian Hellwig, quien legalmente cambió su nombre legalmente a Warrior en 1993. De hecho, de su vida personal se habla poco más de que estaba casado y tenía dos hijas que nunca fueron a verle luchar en directo hasta casi el final. Un apasionado del deporte que comenzó a levantar pesas en el gimnasio del colegio, y que pudo llegar a ser Mister USA junior tras ganar el certamen de Mister Georgia. Pero no era el mundo de la belleza el que le aguardaba un futuro prometedor, ni tampoco en la quiropráctica –cursó estudios de esto último– sino el de la lucha libre, sector que al principio compaginó trabajando de taxista; algo así como El Fary, pero en versión el sueño americano.
Sus primeros pasos, desconocidos en España, fue junto a Sting, luchador con el que formó el tándem ‘The Freedom Fighters’; entonces no era El Último Guerrero, sino Jim Justice el nombre con el que se le conocía. A Sting, por su parte, le conocerán los más acérrimos fans del pressing, pues Telecinco emitió a finales de los noventa ‘Luchadores WCW’ los sábados de madrugada, y allí le veíamos combatir con una imagen similar a la del personaje El Cuervo.
Dingo Warrior fue el germen de El Último Guerrero. Un personaje que ya se pintaba su característica máscara –el libro incluye una, además de otros materiales muy chulos como una réplica de una entrada, su carnet de luchador o una escaleta de un show-, y que cuando fichó por la WWE (entonces WWF) se convirtió en el rol que le dio la fama en una promoción en la que decía «No soy ese guerrero, o ese otro guerrero. Soy El Último Guerrero». Conste que lo de El Último Guerrero fue una traducción de Telecinco que caló y mucho, pero que la traducción más fiel a Ultimate Warrior sería El Guerrero Definitivo, pero ya se quedó Último y no hay más vuelta de hoja. A Warrior le costó y mucho hacerse un hueco en la industria, en parte por los veteranos, que intentaban castrarle sus señas de identidad, como entrar corriendo al ring y agitar las cuerdas con fuerza hacia arriba y abajo. Pobrecito.
En el libro, aunque se le llega a tildar puntualmente de paranoico, desconfiado y áspero, así como intenso, se presenta un Warrior muy currante que en los viajes tomaba nota de qué iba a decir delante de la cámara, o cómo debía enfrentarse a un rival que tenía un personaje determinado y cómo podía esto afectarle. De hecho, esos entresijos del pressing catch son los más interesantes de ‘El Último Guerrero. Una vida para la eternidad’, como por ejemplo el hecho de que si Warrior cuidaba y mucho sus derechos de imagen –algo que le valió algún enfrentamiento – fue porque es del merchandising de donde más dinero se saca, y por ejemplo, se explica que cuando se enfrentó por primera vez a Hulk Hogan fue precisamente, en parte, por lo que generaría en ventas y no solo de entradas, sino de recuerdos. Aunque había merchandising de todo tipo, alguno muy cutre, como este disfraz de El Último Guerrero que tiene el compañero José Viruete.
De sus enfrentamientos con Hulk Hogan hay reseñas pero suaves; se obvian episodios como cuando dijo que Hulk siempre iba puesto de cocaína y que hacía orgías con su esposa y otros luchadores, y también con amigas de sus hijas. Aunque limaron asperezas, la obra recoge declaraciones de Hulk dando a entender que El Último Guerrero es deudor de su éxito, y que si la apariencia y el maquillaje y ropa Flúor de Warrior triunfaron fue porque su Hulkmanía hizo popular el uso de colores brillantes junto a una piel bronceada para luchar.
Un capítulo muy significativo de cómo vive la sociedad estadounidense esto de la lucha libre es en el que se refiere a un combate entre el Sargento Slaugther (o Sargento Gorila) contra El Último Guerrero, que debía perder el cinturón contra este militar que, por guión, traicionó a los americanos y se posicionó a favor de los irakíes en plena guerra de Irak. Y es que a Slaughter empezaron a amenazarlo de muerte, a él y a su familia, por vencer a Warrior, y tuvo que contar con seguridad en su vivienda. Y eso que todo era parte de una trama en la que luego Hulk vencería al Sargento para demostrar la hegemonía de los Estados Unidos.
A partir de 1991, El Último Guerrero comenzó a vivir idas y venidas de la WWE y más tarde de la WCW. De hecho, en una de estas reapareció con once kilos menos y el pelo más corto, y hubo quien pensó que Warrior había muerto y que habían dejado al personaje interpretado por otro atleta, en concreto Kerry Von Erich, Tornado Texas, con el que guardaba cierto parecido. Una teoría no del todo descabellada, pues por ejemplo al payaso Doink o a Mil caras lo han interpretado varios luchadores según el momento, y hasta hubo un ‘Underfaker’, un Enterrador falso durante algunas semanas. En 1993, en una de sus reapariciones, se enfrentó al brujo Papá Shango, que hechizó a Warrior por guión y éste tuvo que dar declaraciones estando bajo su encanto, e incluso llegó a vomitar ante las cámaras cual Regan de ‘El Exorcista’ –que, por cierto, se ha anunciado una serie sobre esta película de posesiones infernales–. La pripia WWE tiene el vídeo en su canal de Youtube y es sencillamente maravilloso.
Tampoco se obvia el uso de esteroides por parte de El Último Guerrero, que afirmaba que los usaba para mantener su físico, y llegó incluso a tomar la hormona del crecimiento. Por este caso estuvo retirado entre 1992 y 1996, cuando fichó por WCW para ser rival oficial de Hulk Hogan –al que se le aparecía en los espejos a lo madrastra de Blancanieves–, aunque luego no acabó de cuajar nada de nada.
Desde ahí, empezaría el principio del fin para Warrior, que partió peras por siempre jamás con la WWE hasta el año 2014, que firmaron la paz en sus últimos días. Y es que parece épico, pero un 5 de abril entró en el salón de la fama de la compañía, el 6 y el 7 reapareció en dos shows, Wrestelmania y Raw, y un día después, a los 54 años, fallecía de un ataque al corazón, dejando una vida para la eternidad.