Servidor (junto a los Rangers Moon) ha estado unos días por Portugal haciendo turismo, y la última parada del viaje antes de regresar a casa fue Fátima. Mi madre siempre fue muy devota de la Virgen de Fátima, y yo he bebido de esas creencias, aunque de manera más libre, claro. De hecho, me resulta fascinante que, según la tradición, la madre de Cristo se apareciese a tres pastorcillos analfabetos para pedirles que recen el rosario para que Rusia se convierta al catolicismo. Como si ese fuese el primer problema del mundo, y como si Rusia fuese el único lugar no católico de entonces; porque a la Virgen solo le interesaba la conversión de los rusos, y ya si eso se volvería a aparecer a otros infantes para pedir que los chinos o los árabes abracen la fe de Jesús. Tan arraigada está esta lucha mariana contra el comunismo (uno de los «misterios» de Fátima era que se anunció el fin del mismo) que actualmente cerca de la Capilla de las Apariciones se puede ver un trozo del muro de Berlín, en plan «veis, la Virgen lo dijo».
Fátima es pequeño y acogedor, pero el negocio de la fe ha hecho que se convierta en el típico lugar para turistas, como Benidorm o Torremolinos, pero sin merenderos. Y con más tiendas por metro cuadrado que la calle Serrano para comprar souvenirs religiosos, porque aquí hay de todo.
Desde estatuas de la Virgen de Fátima con mantos que brillan en la oscuridad o que predicen el tiempo hasta paños de cocina con la cara de María, pasando por abanicos, imanes para la nevera, dedales, bolas de nieve con la Virgen y los pastores dentro… Y para los pequeños de la casa, camaritas de diapositivas, cuentos con la historias de las apariciones o un peluche de la Virgen o de Sor Lucía la vidente.
Me llamó la atención que hay algunos negocios de dos o más plantas que son auténticos Mercadonas de Dios donde se pueden comprar esculturas de cualquier tamaño, cálices, túnicas para oficiar misa o cualquier otro objeto sacro. Que yo no sé qué público objetivo tendrá, pero parecía como un Makro para curas que van a abrir su propio templo.
Eso sí, hay que tener cuidado con lo que se compra. Primero porque hay mucho Made in China, por lo que si vas a comprar una Virgen para regalar te debes fijar mucho en la cara para no encontrarte cosas como esta.
O como esta.
Si quieres comprar otros santos también debes fijarte bien, pues yo me encontré a la santa Yemanyá (de la santería cubana) junto a Santa Catalina o San Sebastián, como si fuesen de la misma religión.
Además, hay que tener ojo a la hora de comprar rosarios. Yo me he traído de recuerdo uno chulísimo, como de silicona de colores. Pero cuando llegué a casa vi que tenía una forma un tanto rara, y me he puesto a contar las cuentas y es defectuoso. Así, un rosario normal trae 54 bolitas en la parte más grande, y el mío trae 49, por lo que faltarían dos cuentas del avemaría y cuatro de los misterios. Pero bueno, lo compré con la intención de decorar y no de rezar, y ha quedado muy chulo cuando lo he puesto alrededor de una figurita de la muerte que hay en el salón.
Comprar souvenirs en Fátima es un poco un viaje al pasado. Y es que, si buscas en el baúl de los recuerdos, puedes incluso encontrar un VHS con la beatificación de los dos pastorcitos que murieron primero, Jacinta y su hermano Francisco, que fallecieron por culpa de una epidemia un par de años después de las visiones. De hecho, la propia Virgen, según la historia, les dijo que iban a morir pronto, e incluso en el caso de la niña le dijo que moriría sola, alejada de sus padres y demás seres queridos.
En el centro del pueblo está la capilla de las apariciones con la imagen de la Virgen, y la verdad que impresiona muchísimo ver a los peregrinos hacer el camino de rodillas, con niños en brazos, o arrastrándose directamente. Y detrás de la capilla (que está ubicada donde la Virgen se apareció por primera vez), hay un espacio destinado a poner velas. Allí, los visitantes encienden (o arrojan a la pira directamente) velas normales o con formas específicas según lo que pidan. Desde partes del cuerpo (manos, cabezas, páncreas, pies, hasta úteros de cera) a motos, coches y casas. Porque cada uno pide lo que quiere. Uno de mis compañeros de viaje encendió una vela para que volviesen las Spice Girls, porque cada uno pide el milagro que quiere.
Y tras esto tocó dar una vuelta por los museos de la ciudad, que hay varios. Yo me quedé con ganas de ver el Museo Interactivo de Fátima, donde se recrea en una película con gafas 3D cómo se apareció la Virgen (aquí hay un vídeo de Youtube sobre él). Pero optamos -por insistencia mía- en ver los museos de cera de Fátima.
El primero que vimos es uno único en el mundo: el Museo de Cera de la Vida de Cristo. En él, a través de 33 escenas (¿una por cada año de Jesús) se ve cómo es la historia del hijo de José y María, desde el anuncio del embarazo hasta la resurrección.
Los museos de cera siempre han dado cierto miedo (de hecho, aquí podéis ver una lista de películas de terror en museos de cera) y este no fue para menos. En él se podía ver el Nacimiento, al Niño perdido en el templo, estampas de la vida cotidiana en la carpintería de San José, el sermón de la montaña, las bodas de Caná, o el demonio tentando a Cristo en el desierto, con un demonio hecho en cera y todo.
Con un aire muy Tívoli World, decadente y estelar, lo que menos conseguido estaba de todo era los animales, que parecían como las motos esas de burros o caballitos que hay en los centros comerciales para que los niños se monten dando una vuelta. Y un poco de polvo y eso también.
Muy llamativo me resultó que para haber tantas escenas no hay ninguna con Cristo crucificado: sí vemos la última cena, el prendimiento en el monte de los olivos o cómo le torturan y le cargan el madero (curioso que no lleva la cruz a cuesta sino que lleva un madero de brazo a brazo). Y también le vemos descender la cruz y hasta resucitar, pero propiamente en la cruz muerto, no.
En realidad podría comentar casi cada una de las escenas (que vienen resumidas en una guía que te dan al entrar, con la cita evangélica correspondiente), pero acabo antes con un resumen en esta galería casi cronológica.
Pero Fátima y los museos de cera no acaban donde viene el mar, qué va: hay barcas pa’ seguir. Y por ello la siguiente parada fue el Museo de cera de las Apariciones, de la misma empresa que el de Cristo. Si el de Jesús abrió en 2007, este tiene más tiempo, pues es del año en el que Bravo y Franco Battiatto fueron a Eurovisión (1984, para los no eurofans).
En este, las figuras son más feas si caben (aunque podrían ser peores, claro) y te cuentan paso a paso cómo durante la Primera Guerra Mundial tres chiquines -que diría Ángel Sanchidrián– iban todos los días al campo para que las reses pastasen hasta que su vida cambió cuando un ángel les avisó que verían a la Virgen.
Y aquí es cuando yo me hago la picha un lío, porque en teoría el ángel les avisa, pero luego la Virgen se aparece y ellos no saben quién es y ella les dice que les dirá su identidad meses después. Y la Iglesia se entera, y mandan a curas a investigar, pero todavía no se sabe que es la madre de Jesús. ¿No es un poco un caos?
Como yo soy muy gore y todo eso, mi escena favorita es en la que se recrea el infierno, pues la Virgen les enseñó a los niños cómo vivían los pecadores en el más allá. Un pasillo lleno de luces flúor, cadáveres brillantes, caras de almas en pena y unas manos que salen de las paredes y del techo como pidiendo ayuda o algo así. Que, por cierto, en ningún momento hay una Virgen de cera, solo vemos a los pastores o a la gente mirando hacia una pared donde supuestamente estaría María.
Y es que en el museo de Fátima hay mucha muerte, pues como ya he dicho en el espóiler Francisco y Jacinta murieron con con once y diez años respectivamente. Así, vemos escenas en la que los niños están a punto de morir, como una en la que Francisco y Lucía se ven por última vez, u otra en la que Jacinta ya está directamente muerta en el hospital y otra en la que está dentro de una tumba y todo.
Este museo se ha ido ampliando con el tiempo, y así, incluso se pude ver a la vidente Lucía de mayor, al Papa Juan Pablo II rezando en Fátima tras su atentado (el cual predijo la Virgen según el tercer misterio) y un montón de religiosos que estuvieron involucrados en la historia de las apariciones.
Para quien quiera más de este museo, aquí dejo otra galería.
Si no me equivoco, este no es el único museo de cera de Fátima. Escondido en una galería hay otro llamado Museo de las Apariciones, así, en general, y donde se combina las estatuas de cera -una de un papa te da la bienvenida- junto a audios y vídeos según deja entrever su publicidad. Pero claro, después de asistir a estos dos maravillosos museos yo ya tenía un síndrome de Stendhal que no me soportaba y ya dejé de entrar en museos. No sé si lo habría podido contar, la verdad.
Como os lo tenéis que haber pasado perros!
No sé la de veces que he leído este post…¡¡Y sigo meándome de la risa!!