La serie de televisión ‘Historias para no dormir’ es posiblemente una de las más emblemáticas de la televisión. Una producción con dos etapas diferenciadas (una en los años sesenta y otra en los ochenta, además de algún intento de resurrección en los noventa) en la que Chicho Ibáñez Serrador adaptaba para televisión como guionista y director relatos de terror de autores variopintos, a los que solía dar su propio enfoque. Por ejemplo, podía inspirarse en un relato de Poe para quedarse solo con el final y él contar otra historia diferente de cómo un personaje llega, por ejemplo, a ser emparedado vivo. O leerse ‘Otra vuelta de tuerca’ de Henry James y convertirlo libremente en ‘El muñeco’, con Teresa Hurtado haciendo de adolescente siniestra y puñetera.
A raíz del éxito de la serie –que salió en DVD de manera íntegra el pasado febrero por primera vez, una edición de la que hicimos una reseña – surgió a modo de merchandising unos libros (o medio libro medio revista) titulados igual, ‘Historias para no dormir’, coordinados por Chicho y en el que seleccionaba relatos de horror y fantásticos junto a guiones originales escritos por él –por ejemplo, ‘El extraño señor Kellerman’, un guión de Serrador para ‘Estudio 3’-, o ‘La alarma’, emitida en mayo de 1967 en ‘Historias para no dormir’ dividida en dos capítulos y que contó con Narciso Ibáñez Menta y Valentín Tornos (Don Cicuta) en el elenco.
La colección empezó a venderse en 1967, dividida en ocho volúmenes, subdivididos a la vez en números mensuales. Al igual que en la serie, Chicho estaba detrás de la iniciativa, y él era quien seleccionaba los textos. Algo que se nota, pues son de sus autores de referencia, tales como Ray Bradbury, Poe o H.G.Welles, además de Juan Tebar y Juan José Plans, autores de los relatos que sirvieron para adaptar al cine ‘La Residencia’ y ‘Quién puede matar a un niño’, respectivamente. El último número salió a la venta en 1974, cuando llevaban bastante rodaje y cuando había pasado de venderse en tamaño a5 al de una revista normal.
Además de relatos, estos libritos contenían reportajes y críticas variopintas, como por ejemplo, reseñas de películas de terror o textos que contaban, por ejemplo, una visita al museo judío de Lohamein, en Israel, que guardaba restos del holocausto nazi, con fotografías de judíos ajusticiados, las botitas de un bebé que nunca se hizo mayor o el diente de oro que se arrancó a la dentadura de un judío.
Una colección de libros que estaba para cagarte. Y lo digo literalmente. Hace poquito me pillé un ejemplar de 1967 y me ha llamado la atención que incluye publicidad exclusivamente de medicamentos: antialérgicos, vasodilatadores, contra las úlceras y quemaduras… Y hasta supositorios infantiles. Que no sé yo qué sabio hizo el estudio de medios para decidir que una revista de terror era la más idónea para que te decidieses ponerle a tu Antoñito o a tu Ana Mari un supositorio marca Elmu, pero oye, igual alguna razón sí que existía para tal.
La publicidad se debía a que era un regalo para médicos y estaba patrocinado por laboratorios.
Pero eso debió de ser a partir del año 1969, porque tengo varios números de la primera época (formato digest, pequeñito) y no aparecen en ellos ninguna publicidad de los laboratorios ELMU.
Estoy recopilando todos los números para hacer un largo ensayo sobre la serie y le agradecería que me confirmara lo que le digo.
Había muchos siquiatras metidos en la revista, como si el terror estuviese más relacionado con una singularidad mental que con un fenómeno literario antes que cinematográfico o televisivo.